«Llamarla era desesperante pues es completamente sorda. Además, cuando la adopté nos dimos cuenta de que no veía prácticamente nada, tenía un ojo muy cerrado y el otro era más pequeño de lo normal», comenta Alejandra, dueña de Lea.
Para mejorar la calidad de vida del animal, Alejandra comenzó por solicitar ayuda profesional para adiestrarla y que aprendiera a socializarse y a interiorizar las normas básicas de convivencia. Al no disponer del sentido de la vista ni del oído, fue a través del tacto como Lea aprendió a seguir comportamientos cotidianos como sentarse, comer o pasear.
El siguiente paso fue solicitar ayuda al oftalmólogo. Tras su visita al IVO, y mediante una revisión rutinaria, se pudo determinar que Lea, además de tener los párpados demasiado largos y los ojos muy pequeños, padecía de cataratas. Por último, mediante un electroretinograma se detectó que existía actividad en la retina, lo que significó que valía la pena operar para mejorar la visión de Lea.
Gracias a la intervención, Lea consiguió un mayor grado de visión (ver con más luz) y, en la actualidad, es capaz de distinguir las sombras, mejorando notablemente su calidad de vida.
“Si comparo el día que la adopté y ahora, Lea es otra. Ahora ella es feliz y yo también, tengo una perrita que lleva una vida prácticamente normal, incluso puedo soltarla sin correa, algo impensable meses antes».